Qué tema tan delicado!

Frente a tantas contradicciones que podés llegar a sentir con esto, es importante que consideres algo fundamental: el niño merece alguna explicación.

Cuando fallece un familiar, sea por la causa que sea (es cierto que no es lo mismo en una familia procesar un suicidio que una muerte por enfermedad, por ejemplo), el niño -que es parte de ese sistema familiar-, también requerirá un acompañamiento. Y lo que surge primero es la dificultad para muchos papás, de decidir qué hacer con ese tema.

Siempre dependerá de qué signifique la muerte para esos adultos, y en particular  ESA muerte. No es lo mismo que muera una mascota, que NUESTRA mascota…o que muera nuestro abuelo, a que sea el vecino de enfrente.

Como primer punto, es importante tratar de aceptar que no será fácil. Pero que no por ello, hay que evitarlo. Por el contrario, por lo general al hablar de lo que sucede se obtiene un gran alivio, contar cómo se siente esa persona frente a ello, y también introducir una mirada positiva hacia el futuro: en algún momento ese dolor pasará.

¿Cuánto tiempo llevará? Depende de cada persona…

Como segunda cuestión importante, quiero contarles que los niños muy pequeños, sobre todo en edad preescolar, no tienen un pensamiento capaz de comprender metáforas. ¿Esto qué quiere decir?... que debemos cuidarnos de brindar explicaciones donde esté implícito un simbolismo, como por ejemplo “se fue al cielo”…o “se durmió”…

Puede que ese niño, mire al cielo por ejemplo y crea que esa persona realmente, y fácticamente está ahí. Que crea que está entre los aviones por ejemplo, y desarrollar fantasías de cualquier tipo, que generen complicaciones.

Entonces, el lenguaje siempre debe ser adecuado a la edad del niño.

En los más peques,  la información debe ser muy precisa, concreta, incluso vinculado a lo que ellos conocen como lo que es “vivir”.

Por ejemplo: “fulanito murió… ¿sabes lo que es eso?... (darles siempre la oportunidad de que nos hablen, nos cuenten qué idea tienen de esto) Quiere decir que ya no va a venir a casa a comer, porque fulanito ya no come más, que no se mueve, que no respira…” etc. Es llevarlo a contrastar con las funciones vitales que el niño puede observar en sí mismo (él, que está vivo), y que le servirá para empezar a pensar la muerte como algo donde eso que a él sí le sucede, en ese otro que falleció, ya no se produce…

Es doloroso. Para todos lo es, pero creeme que finalmente alivia. Y es mucho mejor para tu hijo/a que te acerques, lo abraces, le pongas palabras a lo que sucedió y te permitas incluso mostrar tu tristeza… que hacer como que no pasó nada. Es fundamental contarle que es NORMAL sentirse así cuando uno ya no va a estar más con alguien a quien quería mucho.

 A los niños, sobre todo los menores de 6 o 7 años, les cuesta mucho construir una idea de finitud. Que algo NUNCA MÁS va a suceder… (pueden aparecer fantasías de que algún día va a volver a su casa, por ejemplo).

Es importante que valides sus emociones… permitile que hable de lo que le pasa, explicale que puede contar con vos, para hablar o llorar con vos, siempre que lo necesite. Que si tiene dudas, estás ahí para escucharlas y buscar alguna respuesta (no siempre sabemos todo lo que ellos pueden preguntar).

La muerte es un misterio. Y es cierto que no se vive de igual forma en todas las familias ni culturas.

Pero lo que quiero que sepas es que los niños, como cualquier persona, cuando vivencia una pérdida de alguien querido, abre un proceso de duelo. Y ahí es fundamental estar presentes, desde la vida, desde el afecto, desde el ayudarle a encontrar la forma de seguir adelante incluso por el amor que se sintió y se va a sentir siempre por aquel que hoy no está con nosotros.

Un abrazo enorme!

Daniela

A veces es con un portazo, y resuena fuerte… Claro que ese portazo no siempre es concreto, ni algo literal. A veces los portazos del final son simbólicos…

A veces descubrir o encontrar que te fuiste (tal vez hace mucho, aunque siguieras durmiendo a mi lado), que ya no me querés, puede ser incluso hasta menos difícil que darme cuenta que ya no te quiero… (o que yo también me había ido, aun antes de ese portazo…)

La mirada suele ponerse en el otro. “Porque hiciste esto, estamos acá…”… “Porque siempre aquello, y entonces como consecuencia terminamos en esto”… Y es tal vez, menos doloroso y difícil que ver mi parte…

Se hacen listados imaginarios de los actos que nos mostraron tanto amor, como desamor: “Me traía el desayuno a la cama…”… “Hasta empezamos a buscar un bebe, ¿y ahora se da cuenta?”… Y sin dudas, es parte de ese proceso de ir adentrándonos en la aceptación de que, como sea que se haya escrito la historia, se terminó.

Incluso si agudizamos la mirada, seguramente en algún momento  del camino podamos encontrar algo que realmente nos sorprenda: ya había señales, nosotros tal vez las vimos, pero preferimos no ver…

Es que no es sencillo asumir que aquello que quisimos, lo que asumimos como empresa, se va cayendo… No es sencillo admitir que hay fisuras, que hay desmoronamientos que indican que tenemos que hacer algo. Paradojas de algunas historias: cuando es tiempo de hacer, preferimos esperar que la situación cambie sola… y cuando ya no hay nada por lo que pelear, o cuando ya no hay energía que poner al servicio de la reparación (o cuando ya nos herimos tanto que no hay manera de trascender el dolor) ahí queremos ver qué podemos hacer, cómo actuar para no perder… eso que ya se perdió.

En ocasiones también suele ser difícil salir de las culpas… y pasar de las auto incriminaciones “Es que yo le hice que sintiera” (como si tuviéramos ese poder!)… a la culpabilización del otro: “Pero él también tiene la culpa, porque nunca me dio…”. Y vuelvo al punto anterior: Si “nunca te dio”, ¿qué hacías ahí?... ¿Por qué tanto tiempo en una posición donde no estabas a gusto, donde no eras feliz?... Es esa mi parte, es eso de lo que podemos ocuparnos real y concretamente: de lo mío.

El otro ya no está en nuestro camino, nos quedan nuestros pensamientos sobre él, lo que sentimos (aún), sea dolor, sea enojo o sea un hilo de amor. Pero ese otro, ya no está para mí y nosotros ya no estamos, (ni seremos lo que fuimos) para el otro. Ahí está el verdadero dolor…

Y de ninguna manera la salida de la “cueva” estará en culpar o culparnos de estar en esa cueva...

En todo caso me enredará más, como cuando buscamos causas y más causas y más causas de algo, como si la clave para salir adelante fuera simplemente saber cuál fue el puntapié de todo. Y no pasa solo por saber: para salir, hay que pasar.

Pasar por el dolor, por la pena, por la angustia…

Pasar por lo que sea que aparezca como emoción, vivirla, llorarla, enojarme, volver a reír y a llorar otra vez…

No se trata de encontrar si fue “A o B” quienes produjeron el colapso. Sin dudas si la pareja era de A y B, estarán los dos implicados, así sea uno por hacer y el otro por habilitar (por su no intervención, o por no haber impedido) que se haga…

Lo cierto es que en los caminos del amor, son dos los individuos implicados, dos las personas que van cambiando con el tiempo  y que van construyendo nuevos horizontes individuales. El desafío es que esa relación de pareja acompañe esos cambios, guarde para sí una porción de horizonte desde una idea de “nosotros”.

Y si eso no pasa, si eso no sucede…animarse a ver. Animarse a enfrentar, animarse a cuestionar… Para que el miedo a perder no nos juegue una trampa, donde finalmente terminemos llorando lo que “fuimos”…


Que tengas un gran día!

Daniela

Miro hacia atrás y parecen lejanos ciertos rituales que tal vez se realizaban sin siquiera conciencia. Pasar y tomar un café, sentarse a tomar un mate con un amigo, dar un paseo…sin barbijo. ¡Un sueño! ¿No?...

Y en este contexto, donde tantas cosas han cambiado, es frecuente que aparezcan cuestionamientos sobre la sexualidad. Y esta sensación de rareza, que a veces se cuela, genera la típica pregunta de “¿es normal que nos pase tal cosa?”… “¿es normal que ME pase tal otra?”…

La pareja, entre tanta convivencia sin pausa, también va requiriendo cierta atención y cuidado, para no sufrir el mismo desgaste que, de alguna manera, vamos atravesando todos (que en mayor o menor medida podemos sentir algo más de ansiedad, algo más de tensión, algo más de irritabilidad, etc…depende el caso).

Para aquellos que disfrutaban la creatividad y la pasión en sus encuentros, puede que eso mismo sea un factor que les permita aumentar la intensidad, frecuencia o hasta incluso calidad. No faltan relatos de vidas sexuales muy activas y muy satisfactorias, en la cuarentena.

Para  otros, que venían ya con cierto amesetado ritmo, tal vez puede que este tiempo haya implicado más inacción y repliegue.

El aislamiento, en muchas parejas, ha implicado un terreno que facilitó la expresión de ciertas crisis…

¿Y en aquellos que están solos?...Muchas veces la vivencia de soledad, en época de pandemia, nos enfrenta a la disyuntiva entre desear ir al encuentro del otro, un  otro a veces sin rostro, un “alguien con quien tener un encuentro sexual”, y el miedo que aparece justamente por aquello que no se puede controlar, porque ese otro “No sé con quien estuvo, ni dónde”, cuestiones que antes carecían de importancia.

Por primera vez, qué haga o deje de hacer ese otro, parece relevante al momento de imaginar o no un momento de sexo.

Y como siempre hay que elegir. Y la sexualidad resulta un tema del cual sí se debe hablar, dado que en este contexto tomar una decisión que nos ponga en riesgo, puede tener consecuencias que vayan más allá de lo personal, de lo individual…es decir, que recaigan de algún modo en lo comunitario.

¡Qué loco resulta pensarlo!

Un acto íntimo, propio de cada uno, que puede tener implicancias en lo comunitario, en lo macro… Tanto, que incluso hemos oído recomendaciones que sugieren la preferencia del sexo virtual, por sobre el carnal, aquel que nos expone al “cuerpo a cuerpo” o incluso sexo con  barbijos.

Paradojas de esta cuarentena, que los modos de vivir la sexualidad, aparezcan en el discurso público de gobiernos y comunidad científica…

Paradojas del aislamiento, que muchas personas cada vez miren con más añoranza todo aquello de lo que tal vez se perdían tiempo atrás, por estar sumergidos en las pantallas táctiles y la TV… y que hoy pareciera que no alcanza, que no basta, que no “satisface” ciertas necesidades profundamente humanas.

Sin dudas esto un día terminará y tal vez, espero, nos encuentre más atentos y despiertos…más capaces de disfrutar lo simple y lo complejo de la existencia.

Un gran abrazo, y buena vida!

Daniela

 

… “Es difícil tener compasión por nosotros mismos y por los demás. Es difícil ser un ser humano”…

Steven Hayes

¿Cuántas veces te volvés tu peor enemigo?

¿Cuántas veces te llenás de autorechazo?

¿Cuántas veces te invadís de autoenojo, y desde ese enojo pretendés que funcione lo que crees que si no estás enojado, no funciona?...

Carl Rogers decía “Las personas son tan hermosas como las puestas de sol, si se les permite que lo sean....En realidad, puede que la razón por la que apreciamos verdaderamente una puesta de sol, es porque no podemos controlarla."

Entonces, me pregunto si todas esas veces que uno se planta desde la enemistad con uno mismo, todas esas veces que rechaza en algo o en parte quién uno es, en el fondo lo que busca no es otra cosa que controlar…Y ese control se escapa, una y otra vez.

Y no sólo se escapa ese control, sino que paradójicamente nos volvemos “más ciegos” para vernos, para registrarnos y registrar qué nos está sucediendo… estando tan ocupados marcándonos nuestro “error”.

Ahí es donde a veces escucho que intentan aplicar la “historia” de la voluntad: “si yo tuviera voluntad, haría la dieta”“si yo tuviera voluntad, me separaría”… Y la voluntad no es un cheque que me sirve para comprar cualquier cosa, ni tampoco todo se resuelve con la “mentada voluntad”.

Si caemos en ese lugar, corremos el riesgo de sobreexigirnos bajo el rótulo de que, en última instancia, si no sale como queremos, es porque no estamos poniendo “suficiente fuerza de voluntad”

Así aparecen emociones como culpa, hermana del auto reproche, de la antipatía volcada sobre uno mismo. Aparece la exigencia, la expectativa, y con todo ello, la frustración. Simplemente porque nunca vamos a ser “perfectamente a la talla” de lo que buscamos: siempre algo va a escaparse de esa “perfección”.

Y suponemos que por no “ser eso que consideramos que deberíamos”, entonces “no servimos”.

De esa manera nos juzgamos, etiquetamos, y caemos en una falsa sensación de que, por ponerle rótulo, lo tenemos más “manejado”. Y no… Ni manejado, ni controlado.

Somos simples mortales que hacemos lo mejor que podemos, con eso que somos. Y a veces terminamos incluso creyendo que el camino de la exigencia de “poner más voluntad”, es el que nos conducirá más lejos…

Sin dudas que hay cosas a las que se llega por la senda de la perseverancia, y es asi que necesitamos tener en claro que es nuestra firme decisión la que nos resultará brújula y guía para avanzar en cierta dirección. Pero nunca, NUNCA, es la exigencia el camino. Nunca es el auto desprecio por no haber llegado a donde queríamos, por no ser lo que pensamos que tenemos que ser, por no sentir como suponemos “deberíamos” sentir (“debería querer a mi madre/padre/pareja /tio/abuelo, etc”..)

Te propongo la desafiante tarea de tratarte con más respeto (tal vez con el mismo respeto que tratás a tus amigos, vecinos, conocidos?...).

La hermosa tarea de mirarte con ojos amorosos (esos ojos con que los que miras a esa mujer o ese hombre al que amas, o amaste alguna vez).

La compleja tarea de comenzar a reconocerte, sin pretender tachar, cortar o sobrescribir tu identidad. (El cambio, paradójicamente, aparece detrás de la aceptación más profunda).

Te propongo mirarte con ojos nuevos. Sin apelar a montañas de prejuicios que, como lupas terribles, te amplían o achican cualquier parte tuya…

Te propongo ni más ni menos que abraces ese que sos, sin juzgarte o compararte con ese o esa que te gustaría ser.

Ese/a que SOS, hoy, aquí y ahora, en este momento que -simple y profundamente- nos invita a habitarlo.

Hasta la próxima!

Daniela